He tenido la suerte de nacer en Europa, en Occidente. Y también me
siento afortunada por haber crecido en una familia que me educó en el valor de
las diferencias y en el respeto hacia las personas diferentes. El ejercicio de
mi profesión me enseñó, más tarde, acerca del gran sufrimiento con el que
algunas personas padecen el hecho de sentirse diferentes.
Resulta fácil denunciar lo vano y superficial de algunos
intentos por acercarnos a la realidad de personas excluidas o en riesgo de
exclusión porque se quedan en sólo eso: intentos, parches… desde la seguridad
del pertrecho de una nómina, un hogar, una red de apoyo social… de quien los
promueve, pero que no consiguen remover ninguna de las realidades que han
originado esa exclusión.
Cuando esta incompetencia proviene de determinadas políticas
sociales asentadas sobre la beneficencia o el voluntarismo que generan
conformismo y pasividad en las personas o, en el extremo opuesto, en el falso empoderamiento
de la ignorancia que lleva a concebir los servicios sociales como supermercados
de autoabastecimiento de servicios a la carta, del consumo por el mero consumo
de recursos tan escasos como arbitrarios…
Desde “Vaya Tela”, la asociación en la que colaboro desde hace
años, trabajamos discretamente para corregir desigualdades estructurales. Pero no
se da ningún primer paso si no existe la conciencia suficiente en torno al peso
de determinados estigmas sociales. Por ello hemos propuesto un sencillo
ejercicio que a buen seguro te ayudará a percibirte diferente y que tiene que
ver con la máxima de “al que juzgue mi camino, le presto mis zapatos”.
Muy buena reflexión. Felicidades
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